miércoles, julio 18, 2007

Frida pata de palo

DARSE LA VUELTA EN SU MISMO EJE era algo imposible, los dolores en su carne cada día le concebían más intolerables, con todo, su lucha por vivir era tanta que ni padecimientos ni hastíos detenían su ansia de crear, de ser tan ella, de amar a su modo… aunque fuera postrada en esa aborrecible cama.

¡Qué pena! Vivir así es no existir… eran las voces que se escuchaban en Coyoacán allá por los mil novecientos y tantos. Y es que el accidente del camión no fue cualquier cosa, el tubo de fierro del vehículo le atravesó las entrañas, entró por la columna y salió por su vagina, le desgració la existencia.

Se amputaron los deseos de reproducción, esos sueños que abrigó desde siempre, desde que era una niña y la poliomielitis ya le había arrancado casi todo, mucho antes que los hombres, y una que otra mujer, llegaran a su vida. El secreto sagrado de ser madre quedó excluido para ella, eso lo cotejaron los abortos tiempo después.

Cuando era niña aprendió a sortear bien al mundo. ¡Frida pata de palo! ¡Marimacha de mierda!... se burlaban los impúberes del vecindario.

Los clavos que más tarde pintó en columna rota no los puso nomás porque sí en todo su cuerpo, el dolor ya la perseguía desde entonces, ya se envalentonaba con el sufrimiento y ya se hablaba de tú con las calamidades desde hacía tiempo atrás. Los cuchicheos y las burlas no hacían merma en ella

Cuando le vino lo de pintar más en serio lo usó como una ventana para fugarse a los paraísos imaginados, fue un escaparate catártico para sus penalidades. Los ratos nefastos en la cama los suplía con su arte, así fue como grabó sus dolencias en los corsés, así fue como el sufrimiento lo vertió en colores, en tonalidades y texturas…

Cuando don Guillermo Kahlo, su padre, le colocó un espejo en el techo de su cama para que pudiera ver lo que pintaba en sus lienzos, Magdalena Carmen Frida Khalo y Calderón logró lo que en esa época nadie había logrado: modelar el arte de pintar hasta hacerlo realista con esa precisión que solo ella consiguió con el pincel, una expresión del todo biográfica.

Vertiginosamente encontró que su dolor se transfiguró en arte, uno que el mundo llegó a saber y admirar. Unos dicen que todo lo que logró fue gracias al accidente, otros que por sus fracturados amores, y unos más que por sus preferencias sexuales tan sinvergüenzas para la época.

Yo solo sé algo: Frida llevaba el dolor en la sangre, siempre lo tuvo metido ahí, como en sus representaciones. Su aguda visión de la vida la hizo trascender en el tiempo, en los espacios donde se han logrado colar las mujeres que no se rajan, que se la saben jugar en medio de las desgracias, para vivir sus vidas con el color y rigor con que la quieren vivir.

José Luis de la Cruz Vallejo
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sábado, julio 14, 2007

Cien palabras para Santiago

ERA MI SEGUNDA VISITA, la Plaza de Armas me abrazaba como si yo formara parte de esa suma incandescente que habita la Ciudad.

Con los recuerdos latentes me interné en las entrañas de la urbe; anidé entre los poemas de Neruda y en el eco de la Mistral.

Siempre supe que llegando ahí se merman distancias, se derogan lenguajes y se apretujan los corazones.

Ya era tarde, me dirigí cuesta arriba al San Cristóbal, ahora se apetecía abrazar a Santiago con mis ojos, con la mirada de un mexicano enamorado de esa tierra, con mi ser fragmentado entre dos patrias.


José Luis de la Cruz Vallejo
14 de Julio de 2007
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sábado, julio 07, 2007

Sueños

LAS VIVENCIAS diarias son el semillero de nuestros sueños, eso oí alguna vez.

Luego me enteré de que Freud llamó residuos diurnos a los recuerdos que se nos quedan prendidos en la memoria durante el día, posteriormente Nielsen mencionó que esos residuos pueden aparecer cinco ó siete días más tarde en nuestros sueños.

Qué interesante es adentrarnos en el estudio del sueño aún y con todas las dudas que en esa materia nos asaltan, ¡Es que todo es tan complejo en ese tema!

¿Quien no recuerda ese sueño en el que volaba con alas de papel, o ese otro en el que perdía a un ser querido y al despertar ve que no era realidad, ó, en aquel en que se unía al tan anhelado ser amado que vive en la India, o que se compraba un león que podía domesticar como a un perrito? Todos hemos soñado locuras, desazones, cosas hermosas, o hasta idioteces, si así lo queremos ver.

Yo anoche soñé algo hermoso, algo que contradice a Nielsen, pues este sueño se alimentó de un pasado muy remoto, no de hace cinco ni siete días:

Mientras dormía soñé que visitaba a mi hermana Martha en una casa que ya no habita, su primer hogar de casada. Pero cuando llegué ahí, no la encontré a ella, si no una amiga suya que tengo ya casi dos décadas de no ver. Y la sorpresa de mi vida fue encontrarme a la hija mayor de mi hermana convertida en una bebé, sí, en una bebé tal y como lo fue alguna vez.

Todo fue tan extraño, pero tan agradable a la vez. Yo veía como en los ojos de mi sobrina fulguraban la ternura y la inocencia de su niñez, la candidez y el amor a flor de piel. También fue muy dulce volver a ver a mi hermana, que salió de no sé donde, como en su juventud, ¡Mi hermana se veía tan hermosa como lo fue a esa edad! Sus pies afanosos se paseaban por la casa yendo por aquí y por allá en sus quehaceres.

Lo que no podía entender de todo eso era porqué la amiga de mi hermana vivía ahí, y porqué tenía un cuerpo y una cara que no le correspondían, eso si que era tan extraño.

Por la mañana, cuando una tormenta de lluvia y relámpagos me despertó, traté de ubicarme en tiempo y espacio. Quedó en mi mente un sabor agradable, el volver a ver a mis seres amados en el pasado en etapas felices y florecientes fue una experiencia encantadora.

Sueño loco, sueño guajiro, como le gusten llamar, pero el sabor me ha durado hasta hoy. Le dije a mi sobrina lo bello del sueño, lo agraciado que soy por pertenecer a la familia, y lo mucho que la quiero. La contagié de ese gozo, y creo que el sueño, sin tanta complejidad, le dio sentido a este gris día de lluvia.

Eso de los sueños es algo tan enmarañado. Yo concuerdo con quien sencilla y llanamente dijo que recordar es volver a vivir… y punto.


José Luis de la Cruz Vallejo
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