lunes, julio 28, 2008

Evocaciones

PUEDO APRETAR mis ojos e imaginar los hoyitos que se forman en tus mejillas, y que se pronunciaban aún más cuando apenas eras una niña. Recuerdo como de ayer, esos tus primeros pasos, tus balbuceos, tus primeros dientitos, todo es tan perceptible.

Y qué decir de las veces que llegabas aterrada a interrumpir mi descanso, cuando los monstruos de tus sueños no te dejaban dormir, eso sí, siempre había un pedacito de cama para hacerte compañía en esos momentos tan pavorosos.

Todo es pasado, todo es recuero. Hoy es distinto, ahora tú podrás experimentar todas esas cosas que te cuento y que llenan mi vida cuando a veces parece vacía. Esas cosas bellas que encumbran a cualquier ser humano cuando su rostro se aferra al suelo.

Te ves tan bella en ese estado. Tus pechos de niña se han convertido en reservas santas para lactar a un crío, para alimentar a ese ser pequeñito e indefenso que buscará en tus brazos resguardo y calor. Te puedo asegurar que eso te da cierto temor, sin embargo se aferrará con su manita a tus dedos para tranquilizarte, y te lo dirá en ese tiempo para la comunicación en que se convertirán tus horas cuando lo nutras, y te lo reafirmará cuando te diga “mamá”.

He tratado de ponerle nombre a ese estremecimiento que me invade, pero no lo acierto. Me resulta tan complicado describir estos lapsos de perplejidad, de ansiedad. Te juro que he pasado noches sin dormir tratando de describir a mi torpe manera su rostro, sus manitas. Por las noches escucho su llanto y me despierto con el corazón a toda prisa. ¿A caso tendrán el color de tus cabellos los suyos? ¿Su risita sonará a cajita musical como sonaba la tuya cuando te alzaba alto con mis brazos? Me pregunto eso después de no se qué tantas vueltas sobre mi cama.

Hoy me olvido de los demás, me equivoco en las tareas más cotidianas, abandono mis citas y mis ocupaciones. Todo por ir más allá de tu vientre de cuna y por pensar en las muestras de amor que juntos le daremos.

Hijita, te pido un favor: dile que hay un hombre al que le llamará “abuelo” que le espera ansioso; adviértele que tal vez, cuando el día anhelado llegue, no podré decirle todo lo que le amo, pues el corazón entorpecerá mi lengua, como sucede cada que un instante tan bello me invade.

Dile que la cara de bobo con la que la recibiré no es la que siempre llevo, que seguramente su resplandor perturbará mi rostro y no me admitirá lucir de la mejor manera.

Dile lo que tengas que decirle, lo que te concierne, que yo solo le diré que hoy, cuando aprieto mis ojos, ya conozco los hoyitos que se formarán en sus mejillas.

Tu papá.


Con mucho afecto a ti, Alberto, felicidades.

José Luis de la Cruz Vallejo

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jueves, marzo 13, 2008

El arte de los perros.

El día de hoy llegó a mí una información sobre un seudo “artista” costarricense de nombre Guillermos Habacuc Vargas. Él llevó a Managua una instalación que más que arte, raya en el narcisismo patológico, en el acto cruento sobre nuestros débiles. Lean mi texto que se inspiró en esa historia, luego, lean y vean la información de los links que dejo abajo. Ustedes juzguen.



MI ESPÍRITU INQUIETO Y CALLEJERO me indicaba el camino hasta donde llegar para conseguir algo. Si quería alimento yo sabía donde encontrarlo: en los contenedores de basura del restaurante podía saborear un rico bistec o unos pedazos de milanesas. Si necesitaba cobijo en las noches heladas del invierno me tendía sobre la alcantarilla de rejas de lavandería de Don José. Nunca me faltaba nada, aún y sin tener quien viera por mí, como los demás perros del barrio.

Yo no tenía nombre, unos me decían Solovino, otros me decían bobby, o simplemente me nombraban “perro”, qué importaba el nombre, yo obedecía.

Los chicos de la cuadra me perseguían jugueteando a las carreras; de vez en cuando me dejaba ganar solo por darles el gusto, pero casi siempre se cansaban primero que yo. Al final me recompensaban con una palangana de agua que alguien arrimaba para refrescarnos.

Ahí en el pueblo unos eran más pobres que otros, pero no tanto como yo; sin embargo, ahí todos éramos felices, cada quien con su destino. Por eso no me explico como fue que lo que pasó ese terrible día:

Estaba echado debajo del árbol de grandes ramas de la esquina de Morelos y Jalapa, el calor calaba fuerte; a lo lejos vi cuando un hombre, al que no reconocí, le daba un billete a Felipe, mi mejor amigo; de pronto los niños corrieron hacia mí, me levanté acelerado, sacudí el polvo de mi áspero pelaje y corrí en dirección contraria.

Corrimos por varios minutos, yo no estaba cansado, al contrario, me sentía vigoroso. No entendía muy bien el juego, los niños se esparcieron por entre las calles transversales para alcanzarme.

Algo me empezó a dar mala espina, no eran las carreras consabidas de todos los días, algo raro estaba por sobrevenir. Desorientado me paré en la privada Yánez para tratar de ubicarme, sin lograrlo.

De repente los muchachos aparecieron, unos por el frente y otros por detrás, me rodearon. Felipe me tomó del cuello y los demás me cargaron.

Un automóvil color marrón se detuvo frente a nosotros, el señor que les dio el billete caminó hacia mí y me ató con una cuerda gruesa que molestaba mucho en el cuello. Me subió a la cajuela de atrás y me llevó con rumbo desconocido.

Yo me quedé quietecito, podía pensar todo de esos niños, menos que me fueran a hacer daño, nunca se mostraron abusones, no huvo algún día que me lastimaran de alguna forma. Siempre recibí sólo cariño de ellos, más que de nadie en mi corta vida.

Ya por la tarde el hambre me despertó, no sabía donde estaba, no conocía esas voces ni esas pisadas que a lo lejos escuchaba en el cuarto lleno de cuadros y latas de pintura al que me llevaron.

El hambre seguía molestándome el estómago, nadie se compadecía de mí, un mendrugo de pan me caería como un suculento manjar en ese momento, pero nadie se detenía a atenderme, no encontraba siquiera una mirada amiga.

A la mañana siguiente me subieron a una camioneta, dos hombres que viajaban al frente hablaban emocionados de sus proyectos, alcancé a escuchar que uno de ellos era artista, algo así como Don Joaquín, el orfebre del pueblo, pensé.

Llegamos a una casa grande y muy bonita, que tenía un anuncio por fuera, por dentro estaba llena de pinturas y cuadros. En la puerta mucha gente hacía fila para entrar. Todos se veían entusiasmados, menos yo, mi lengua babeante exigía agua y un poco de comida
.

Una mano que ya empezaba a ser conocida por mí, me amarró con una cuerda, me limitó en un rincón a solo unos cuantos centímetros. Un señor colocó un anuncio casi encima de mí. Yo no entendía nada de nada ¿A caso será algún juego que no conozco?, me preguntaba.

Tarde me di cuenta que los hombres desalmados que me llevaron ahí eran crueles. No suficiente con eso, gente más maléfica aún venía desde lejos a observar como expiraba lentamente atado a la soga de la muerte en ese aborrecible rincón. Advertí las miradas de disfrute en cada uno de los que pasaban a verme. Con la mirada les pedía compasión, que me dejaran ir en busca de Felipe y todos los que allá en el pueblo de seguro me esperaban.

Pero no, nada de mí importó ya; largas filas humanas atestiguaron mi muerte, no sé si fue por hambre o sed, por cansancio, por dolor, o todo junto a la vez. Mi cuerpo sin vida ostentó la poca monta de un perro, la poca valía de la dignidad humana.


_Es solo un perro callejero, dijeron algunos.
_No, es arte, dijeron otros más.

José Luis de la Cruz Vallejo.


Artículo:
http://alt1040.com/2007/10/guillermo-habacuc-vargas-captura-mata-un-perro-de-hambre-y-lo-llama-arte/

Youtube
http://www.youtube.com/watch?v=tyn5GoLbPn8&feature=related

Firma si estás en oposición a esa bajeza llamada “Arte”
http://www.petitiononline.com/13031953/petition.html



martes, marzo 04, 2008

Entre los bolsillos


HOY ENCONTRÉ en el bolsillo de un saco viejo esa foto que creía perdida.

Ahí estás tú, a mí lado, de la mano de lo que creímos era un sobresaliente futuro, cuando no cabía en nuestras cabezas una pizca de incertidumbre, cuando profesábamos que el amor se preparaba todas las mañanas en la cafetera vieja de nuestra cocina.

Por mera propensión llevé el bolsillo del saco hasta mis narices. ¡Qué fragancia! Los recuerdos no mueren, se transforman y siguen ahí latentes siendo siempre presente…. Y tantas veces zarandeé mi cabeza pensando y asegurando que te habías ido ya.

En este momento veo que yo mismo me engañé, pues este añejo aroma acciona como sin nada los sentidos que algún día te pertenecieron. Me da escalofrío, temo asentir que aún no te acabas de ir ¿Por qué será? No lo sé, tal vez te sepulté erráticamente, quizás deba creer que el amor se prepara en una vieja cafetera de cocina.


José Luis de la Cruz Vallejo
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