
SUCEDIÓ EN ESA NOCHE DE MAYO en la que el cielo negro se advertía nítido y estrellado desde cualquier parte.
Estábamos ahí juntos, en esa plaza de siempre, reíamos como locos de todo y de nada.
Y brotó ella, sin que nadie la llamara, redonda y tierna, salpicada de brillo y sonriente como siempre; era la misma luna que habíamos adoptado como nuestra desde hacía ya algo de tiempo.
Al tiempo de un beso lánguido y hondo toqué su corazón y percibí que murmuraba algo que no comprendí.
Un beso, dos más… unas caricias y no se cuántos abrazos palpitantes vinieron después.
¿Para qué ahondamos más? Al otro día se desvaneció de mi vida…
La luna no se aventuró a salir ni por mera curiosidad.
Atribuyo que conspiraron y se escabulleron para no volver jamás.
Estábamos ahí juntos, en esa plaza de siempre, reíamos como locos de todo y de nada.
Y brotó ella, sin que nadie la llamara, redonda y tierna, salpicada de brillo y sonriente como siempre; era la misma luna que habíamos adoptado como nuestra desde hacía ya algo de tiempo.
Al tiempo de un beso lánguido y hondo toqué su corazón y percibí que murmuraba algo que no comprendí.
Un beso, dos más… unas caricias y no se cuántos abrazos palpitantes vinieron después.
¿Para qué ahondamos más? Al otro día se desvaneció de mi vida…
La luna no se aventuró a salir ni por mera curiosidad.
Atribuyo que conspiraron y se escabulleron para no volver jamás.
José Luis de la Cruz Vallejo
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